Emociones en la infancia

Las emociones en la infancia

¿Qué es una emoción?

Según la RAE emoción.

Del lat. emotio, -ōnis.

1. f. Alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática.

2. f. Interés, generalmente expectante, con que se participa en algo que está ocurriendo.

Al leer que es una alteración del ánimo, me lleva a preguntarme qué es el ánimo. 

ánimo

Del lat. anĭmus; cf. gr. ἄνεμος ánemos ‘soplo’.

1. m. Actitud, disposición, temple. Sondean el ánimo de la gente con encuestas. Ánimo tranquilo.

2. m. Valor, energía, esfuerzo.

3. m. Intención, voluntad. Sin ánimo de ofender.

4. m. Carácter, índole, condición psíquica.

5. m. Alma o espíritu, en cuanto principio de la actividad humana.

6. interj. U. para alentar o esforzar a alguien.

Da 6 definiciones que aluden a cuestiones a mi entender algo complejas. Habla del alma o espíritu, de la energía, el valor, la voluntad. Por lo menos son intangibles, ¿abarcables?, insondables. 

La primera definición sería la más sencilla o más fácil de percibir en uno mismo o en el otro. La actitud que una persona mantiene ante la vida, su disposición y temple son cosas que podemos ver, que nos son familiares. Decimos de alguien que tiene una buena disposición a ayudar o una buena actitud ante las circunstancias de su vida cotidiana o consideramos que una persona tiene temple cuando responde ante la vida de manera templada, calmada, apacible.

Una emoción podría ser entonces una alteración de nuestra actitud, de la disposición con la que solemos responder o recibir al otro. Y esto sería más sencillo de ver. Si nuestra actitud suele ser alegre y respondemos de manera airada, esta respuesta = emoción, sería una alteración de nuestro ánimo. ¿Acaso es posible que nuestro ánimo se mantenga estable siempre, en una línea recta?, ¿cómo sería una alteración del alma o el espíritu?, ¿acaso puede alterarse el alma? 

Emociones en la infancia

¿Sabemos los adultos qué son las emociones?

Llevo 10 años desarrollando la práctica clínica en la consulta de psicología y para ser honesta, yo misma tengo mis dificultades a la hora de relacionarme con mis emociones. Y ¿por qué?

 Hoy sabemos que la capacidad para regular lo que sentimos se forja desde nuestra vida en el útero de nuestra madre y durante los primeros años en relación con nuestra familia. Ahí está la base, los cimientos, la estructura sobre la que ir desplegando nuestro ser.

 Si en nuestra infancia criticaron nuestra emoción (porque nuestros padres no podían siquiera tolerarla en su interior) si la negaron, ridiculizaron, taparon o no la comprendieron y pensaron que no estaba bien tal y cómo se expresaba (ellos a su vez no fueron comprendidos), es muy probable que tengamos dificultades con lo que surge de adultos en nuestro interior. Puede que inconscientemente sintamos que hay un error, que algo no funciona como debería, que quizá somos exageradas por sentir así o tal vez, incluso pidamos a otros que nos digan si está bien o mal lo que sentimos o si vamos por el buen camino.

Dependiendo del apego (y otros factores existenciales) desarrollado con nuestros padres, nuestra respuesta será diferente. Hay quien tenga inhibida la capacidad de sentir, quizá para protegerse de algo que le resulta muy doloroso; son esas personas que aparentemente no “sienten ni padecen”, que tienen un ánimo regular, bastante estable, sin “emocionarse” demasiado por las cosas de la vida.( En otro artículo podemos hablar de los diferentes tipos de apego por si resulta clarificador).

El motivo principal de este escrito es poner el acento en cómo nos relacionamos los adultos con las emociones de nuestros hijos cuando nosotros mismos no hemos tenido contacto estrecho con nuestras propias emociones. ¿Quién ha mirado a fondo en su interior?, ¿qué persona se pregunta cada día quién soy?. Desde luego para acompañar a nuestras hijas e hijos no necesitamos estar iluminados o ser santos, faltaría más, pero sí es necesario cierto contacto auténtico con nuestro interior, al menos estar comprometidos con una escucha atenta a nuestro corazón. La intención y el compromiso ya es mucho. Y así, sobre la marcha, con la mirada puesta en qué sucede dentro de uno, podremos observar a la infancia de manera más limpia, quitando lastre, juicios y creencias antiguas. Y podremos relacionarnos con los hijos con la curiosidad de un niño y la actitud de un científico, explorando qué late en sus corazones al tiempo que nos permitimos mirar con amabilidad qué sucede dentro de nosotros.

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