El bebé humano sale del vientre de su madre y la sigue necesitando para que pueda desplegar su potencial y terminar de nacer, por así decir. Parece ser que necesita 9 meses dentro y 9 meses fuera del cuerpo de su madre. El organismo del bebé, al nacer, posee varios sistemas que están por desarrollarse y es necesario que haya una persona con él, sensible, que le conozca y ame y que responda y acompañe sus necesidades para que pueda suceder “el despliegue”. Y para conocer a un bebé necesitamos estar junto a él y observarle mucho, así como hacemos las madres.
Nacemos con un programa genético determinado y también con una variedad y riqueza personal que se desarrollará en diferentes direcciones en función de las vivencias y experiencias que se tengan. En los primeros meses de vida, el organismo del bebé, todo su ser, tendrá que ir adaptándose a las demandas y respuestas del medio en el que vive y a las propias necesidades.
Cuando se produce una alteración, los niveles de excitación estarán por encima o debajo de lo normal, entendiendo por normal lo que el bebé puede tolerar y asumir. Los sistemas entrarán entonces en acción para recuperar el equilibrio, mantener la constancia y propiedades del medio interno del organismo. En los adultos sucede lo mismo y podemos pensar en una ventana de tolerancia, a la que nos asomamos para comprobar si una emoción nos resulta placentera, está dentro del rango de lo que podemos manejar internamente o se sale de esa ventana y por tanto nos produce una sobreexcitación, la sensación de no ser capaces de tolerar esa información. Los adultos, con suerte, hemos generado unos recursos para “manejar” estas alteraciones en nuestros sistemas, sin embargo, los bebés no saben cómo hacerlo por sí solos. Necesitan a una persona a su lado para ir aprendiendo a autorregularse.
Las primeras experiencias ejercen un gran impacto en los sistemas fisiológicos del bebé. Por ello es fundamental ofrecer las condiciones adecuadas para un correcto desarrollo. El bebé ha de vivir en unas condiciones que favorezcan el despliegue de su potencial, de sus capacidades emocionales. Y la madre (especialmente ella en el primer año pues su cuerpo es la casa de su bebé) necesita contar con las condiciones adecuadas para entregarse a maternar: Toda la ayuda logística y el apoyo emocional posibles para que ella pueda contactar con su bebé y ofrecerle lo que necesita en cada momento.
¿Es posible que una persona, la madre, se entregue a su bebé si está emocionalmente inestable? Lo hará lo mejor que pueda, claro que sí, sin embargo, en ocasiones las madres no pueden ofrecer al bebé ésta entrega porque ellas mismas tienen dificultades para autorregularse. ¿Acaso nos enseñan a hacerlo?, ¿somos adultos autorregulados?, ¿el bebé que fuimos tuvo la oportunidad de ser acompañado en su propia autorregulación? Es complejo y se necesita todo el apoyo y una mirada amplia hacia la mujer, la madre y el bebé. Hacia el sistema completo. Formado por la madre, su pareja, el padre y el bebé. Y a veces, se precisa la ayuda de profesionales especializados en Psicología perinatal.
Un bebé experimenta sentimientos globales de bienestar,molestia, satisfacción, etc. Pero no tiene aún la capacidad para procesar emociones complejas.En la medida en que pueda apoyarse en su madre para ir adentrándose en el mundo emocional, en la medida en que siente la mirada acogedora y los brazos siempre dispuestos a sostener, gracias a su presencia amorosa y a la traducción que vaya haciéndole la madre de los acontecimientos y emociones que van teniendo lugar, irá, poco a poco, comprendiendo el mundo en el que vive.
El rostro de la madre, su mirada, la modulación de su voz, forman parte de la sabiduría que se nos ha dado a las madres para relacionarnos con nuestros bebés. Esta mañana jugando en el parque con los amigos de mi hija mayor, uno de ellos ha rugido cual león mirando a mi hijita de año y medio. He visto como quedaba parada y sabía que iba a ponerse a llorar. Empezó a hacer pucheros y vino hacia mi llorando. La acogí en mis brazos donde se calmó al pasar un rato. Le acompañé con mi cuerpo, blando y acogedor, a la vez firme, porque estaba yo serena y anclada. Y con mi voz que le hacía saber que todo estaba bien, que estaba segura y podía estar tranquila. Y después siguió jugando con normalidad.
Bien es cierto que las madres no siempre estamos así de disponibles, a veces suceden cosas que nos desbordan y no pasa nada, somos humanas. Sin embargo, si nos sentimos desbordadas por cuestiones cotidianas, por conflictos emocionales propios de la vida, quizá necesitamos revisar qué nos está sucediendo, por qué sentimos así, qué nos asusta y qué nos desborda. Por ejemplo, con mi primera hija se me despertó un miedo muy grande a la enfermedad y la muerte. Tanto que cada catarro suyo, sobre todo hasta los dos años o así, me hacía pasar a mí por un proceso de miedo “irracional”. Lo pongo entre comillas porque para una parte de mí era completamente real y sentido en mi cuerpo, al punto de dejarme paralizada por momentos o dolorida. Pero no respondía a lo que estaba sucediendo, mi marido no lo vivía así. Con mi hija pequeña eso no ha llegado a pasarme. Algo se ha fortalecido en mi interior y he ganado confianza en la vida. Es mi historia y un ejemplo para ilustrar cómo el mundo interior de las madres repercute en las emociones de nuestros hijos. Y lo traigo aquí no como una señal de alarma que nos haga pretender la perfección sino como una llamada amorosa a buscar en nuestro interior un asidero para sentirnos más tranquilas, más confiadas y poder así criar más amorosamente.
Hay padres que no pueden hacerse cargo de los sentimientos del bebé debido a sus propias limitaciones para contactar con su mundo interior, de esta forma el bebé tendrá mayor dificultad para contactar con sus emociones, quizá crezca con la sensación de que sus sentimientos no son necesarios o no interesan o no son comprendidos. Quizá sienta que no son importantes o que es mejor no estar en contacto con ellos por resultar abrumadores. Los bebés son muy sensibles a este tipo de mensajes implícitos. Tal vez si la madre y el padre están disponibles, y esto no significa estar siempre alegres, tranquilos o atentos, sino estar con lo que hay, sosteniéndolo desde la amabilidad para poder escuchar a su bebé, si pueden responder a las demandas, permitiendo que surjan sin temor, y con recursos a mano para regular la emoción que aparezca, podrá el bebé, el niño y la niña, más adelante, seguir construyendo formas más sutiles y complejas para interaccionar con los demás. Podrá estar en contacto con lo que siente en su cuerpo y sabrá que “otros cuerpos” sienten también y pueden comunicarse.
Por lo tanto, mamá y papá hacen de espejo para mostrar al bebé sus propios sentimientos, para que pueda reconocerlos en sí mismo y sea capaz con el tiempo de reconocerlos en los demás. Si este reconocimiento se torna rico, gracias al abanico que sus padres le han desplegado y mostrado, yendo más allá del sentirse bien o mal, pudiendo reconocer diferentes matices en las emociones y situándolas en el propio cuerpo, el bebé, ese ser humano en miniatura, tendrá un tesoro en su interior al que regresar. Será más sencillo que esté conectado consigo mismo y con la vida que le rodea. Ojalá.
Me parece maravillosa esa explicación de algo, que yo como padre, recuerdo que tambien experimenté con mi primera hija y la calma que sentía con mi segundo hijo ante situaciones similares.
Eres una excelente psicóloga y debes continuar ayudando, pues para éso Dios te ha puesto en ése lugar.
Muchas gracias Juan Antonio por tus palabras cariñosas. Me alegra especialmente que sea un padre quién comente, ya que suelen ser las madres las que visitan más estos lugares relacionados con la crianza. Qué bien que pudieras experimentar todo eso que cuentas en tu paternidad. Un abrazo y gracias!