La historia de mi lactancia es una entre tantas, no es ni mejor ni peor que otras, pero hace mucho tiempo que la quiero compartir. Siempre que me refiero a ella, especialmente al inicio, la acompaño de términos nada ideales como «pesadilla» o «traumática». Así que necesito escribir este texto por diversas razones:
- Hacer ver que las lactancias ideales de libro existen, pero las duras también y son más numerosas.
- Ayudar a cualquier otra mamá que esté pasando una situación similar, que se sienta identificada con mi historia. Hacerle entender que mientras se vive es terrible pero un día termina y comienza lo bueno y lo bonito, independientemente de si se decide un tipo de lactancia u otra. Considera este relato mío como un abrazo y un «yo te entiendo, amiga».
- Exponer que los problemas de lactancia pueden deberse a múltiples causas, así que hay que estar abierta a todas las posibilidades.
- Destacar la importancia del buen apoyo y el buen asesoramiento de tu pareja, de otras mujeres, amigas, hermanas. Unas que controlan más de lactancia, otras que con sólo escucharte y no juzgarte ya te hacen un mundo en un momento tan sensible y delicado.
Embarazo y parto.
Siempre dije que mi lactancia fue dura porque a cambio, el embarazo y la cesárea fueron viento en popa, así que algo se tenía que torcer.
Viggo quiso venir al mundo sentado, en podálica. Por entonces ya demostró tener carácter y tras tres intentos de girarlo mediante la VCE, decidió que así sería. Así que nació mediante una cesárea programada. Yo no tenía ni idea de que todo ello, podálica, VCE y cesárea forman un cóctel que favorece y mucho el que un neonato pueda presentar problemas musculares, de tensión, que dan la cara con la lactancia. Así que es fundamental echar mano de una buena fisioterapéutica pediátrica que además tenga conocimientos en lactancia.
Tras la cesárea pudimos realizar el agarre espontáneo, pero en ese mismo instante ese bebé precioso comenzó a hacerme mucho daño. Las enfermeras que me acompañaban (maravillosas ellas, como todo el equipo que me atendió) me dijeron que era normal. Yo quería creerlas pero había tenido experiencias cercanas de grietas y de dolor y sabía que eso no podía ser normal.
Durante nuestra estancia en el hospital, a menudo mandaba a mi marido a buscar ayuda. Dar la teta a mi hijo resultaba un suplicio y se me saltaban las lágrimas cada vez que se me agarraba. Recibí ayuda del personal, pero la verdad que salvo algún cambio postural, ya no sabía qué más probar. De aquel ginecólogo que me vio los pezones y me dijo que «eso era porque los tenía planos y permitía a mi hijo destrozarlos» mejor no diré nada en esta ocasión, me lo reservo para otro articulo, jeje.
En casa. La pesadilla sigue y va más.
Una vez volvimos a casa, lo que debería haber sido una situación super especial, a mí me creaba tensión y temor. Cada vez que tenía que amamantar (que en un recién nacido es constantemente) aquello era un drama de lágrimas, sangre y gritos ahogados y contenidos. No exagero.
Una mañana me levanté con los pechos deformes, gigantes y duros. Una de mis mejores amigas me dijo que aquello era ingurgitación mamaria y comencé a leer sobre ello, sobre grietas y sobre todo lo relativo. En internet, en Albalactancia, a Carlos González, etc.
También tenía un pecho enrojecido en un lateral, por las noches tenía fuertes escalofríos y yo que no tenía ni idea, no fui capaz de ver que aquello era una mastitis como una catedral de grande, y yo pensé que se debía a la operación de cesárea.
Recuerdo que cuando mi buena amiga Nuria vino a casa en Navidad, me dijo que esos dolores que sentía tenían pinta de mastitis, me sentí hasta aliviada pensando que no sólo se debían a las grietas. En ese mismo momento cogí cita con mi matrón, quien me derivó a mi médico de cabecera, quien a su vez me mandó justo el antibiótico que ya me habían comentado que no funcionaría, pero yo me encabezoné y pedí un cultivo de leche con antibiograma. Los resultados ni los quiso ojear e igualmente me dijo que tomara la medicación prescrita. Así que el tiempo pasaba y yo tenía que terminar ese tratamiento para poder volver a repetir el cultivo y cambiar de antibiótico. Tuve suerte que me atendió otra médica y dió en el clavo con la medicación. Sobre la enfermera a la que tuve que pedir el material para realizar el cultivo de leche y que ambas veces me dijo «estas moderneces no sirven de nada» tampoco diré nada ahora, en otro momento, pues tengo muchas más de estas.
Durante estos dos eternos meses desde que mi hijo nació, hasta que terminé el segundo tratamiento con antibióticos para las mastitis de ambos pechos, mi ánimo estaba por los suelos. Lloraba de contínuo, a veces no podía contener los gritos al dar el pecho, entre toma y toma todo era dedicarme a los pechos. Arcilla verde, masajes, tratar de extraer leche (imposible, no salía nada, ni 5 gotas), leer de lactancia. Yo era consciente de que no estaba disfrutando de mi bebé y eso me afectaba cada vez más. Me iba poniendo plazos, me decía «si de aquí al viernes no mejoro, abandono», … y al final el tiempo iba pasando. Lo cierto es que con mi situación, con las mastitis, abandonar no era la mejor idea. Utilicé un tiempo pezoneras, me salvaron unos días en los que estaba muy desesperada y luego las volvía a retirar. Tomaba ibuprofeno a diario y apenas salía de casa porque además de no encontrarme bien ni anímica ni físicamente, no podía amamantar en público sin apenas gritar.
A esta horrible situación hay que sumar otra incluso peor, mi hijo no cogía peso, y su pediatra no estaba nada actualizada en lactancia, así que cada revisión era un tormento. Decidí cambiar de profesional y afortunadamente esta situación a partir del primer mes comenzó a mejorar. Aún con los fuertes dolores no me despegaba al peque de la teta, y todas las posturas de lactancia eran bienvenidas, así que en cuestión de semanas tenía un bebé super gordito (nunca más ha vuelto a estar así, es un tirillas y siempre nos «amenazan» con suplementarlo).
Cuando la mastitis curó, todo fue un poco más fácil, aunque las grietas (no tan severas) continuaron un mes más, hasta que la boca creció y la succión del peque mejoró, y entonces aparecieron las perlas, el Síndrome de Raynaud (que aún perdura) y las crisis de los 3 meses (que nos dió fuerte a los 4).
Mis apoyos y sostenes.
Tengo claro que todo este proceso sin el apoyo de mi marido no hubiera sido posible. Fue el pilar que sostuvo todo cuando no me derrumbaba, que cuidaba del bebé mientras yo me tenía que ocupar de mis heridas.
Durante toda esta historia acudí a distintas asesoras (mediante rrss y el grupo de apoyo a la lactancia materna de mi ciudad «Dameteta»). Algunas me apoyaban más técnicamente, otras a nivel emocional. Si algo hice muy bien, fue pedir ayuda. No paré de hacerlo desde que nació mi hijo hasta que los problemas se fueron solucionando poco a poco. Así que si estás mal, hazlo, busca ayuda.
Pero de entre todas quiero nombrar a Bene, la única IBCLC de mi ciudad, una grande de la lactancia, un ángel para muchas, que estuvo ahí durante los dos meses largos que duró mi mastitis. Sé que todas me apoyaron y ayudaron, pero la guía que esta mujer me ofreció permitió continuar con mi lactancia y no empeorar el cuadro clínico que presentaba.
Además de la ayuda de todas estas mujeres, me comencé a formar como asesora de lactancia, un poco por tratar de comprender que había pasado con mi lactancia e intentar de dar soluciones a problemas que se me presentaban. Pero me di cuenta de que en realidad cuanto más aprendía, más quería saber de este maravilloso mucho de la lactancia materna.
Conclusiones
Si has leído hasta aquí, probablemente te han surgido algunas dudas:
- ¿Por qué tantos problemas? A esta respuesta he ido llegando poco a poco, después de leer, de formarme y de intercambiar información con otras profesionales. Como decía al inicio, mi hijo nació por cesárea, tras varios intentos de VCE por venir de nalgas. Esto afectó su sistema nervioso y muscular, ambos repercuten en el complejo engranaje que conforman la succión y la deglución, creando problemas en la lactancia. Además mi hijo tiene frenillo sublingual o tipo 4. Es un tipo de frenillo que no se ve a simple vista, sino que se tiene que palpar, por lo que no se suele diagnosticar. Interfiere mucho en la lactancia y en mi ciudad no se suele operar o al menos no cuando Viggo nació. Este tipo de frenillo mejora con fisioterapia y posturas y técnicas favorecedoras que poco a poco fui aprendiendo y utilizando. A todo esto hay que añadir que los sanitarios que me atendieron en mi centro de salud o no me brindaron la atención necesaria o me hicieron perder un tiempo valiosísimo con tratamientos poco eficaces.
- ¿Qué necesidad tenía yo de sufrir así pudiendo recurrir a la lactancia artificial? Y es cierto, pero la voluntad de una madre hay que respetarla. La mía era amamantar a mi hijo con mi cuerpo y aunque es tan válida como dar el biberón, yo no quería recurrir a ello sin antes agotar todas las opciones.
- ¿Qué saqué de esta experiencia? Pues además de lo evidente, que es seguir amamantando a mi hijo, conseguir lo que yo me había propuesto a pesar de todo el dolor y dificultades, mejoró mi autoestima. Conocí a mujeres maravillosas con las cuales todavía me relaciono hoy en día, algunas de ellas las considero amigas íntimas y con ellas formo una tribu de crianza preciosa. Me ofreció la posibilidad de encauzar mi profesión como logopeda a otro camino muy distinto a lo que yo conocía y dominaba, como es el de la deglución neonatal y pediátrica, en el que trato de formarme y que me apasiona. A través de mi experiencia como madre y mi formación como logopeda y asesora de lactancia, trato de ayudar a otras mamás y a sus bebés en situaciones difíciles y esto en definitiva me hace sentir muy feliz y realizada.
Qué emocionante historia Nuria. Tu dura experiencia ha servido para que te formes un montón y seas una de las mejores asesoras de lactancia que conozco, pues no sólo tienes los conocimientos, tienes la experiencia en casi todos los problemas que se dan en la lactancia materna. Un abrazo enorme